La clave probablemente está en el tono. Ese concepto tan etéreo a la hora de elaborar una historia, una novela, un guión de cine... ocurrió (vista hoy) con el Spiderman de Sam Raimi, y ocurre con el de Marc Webb. Los guionistas Kurtman y Orci, principales responsables del libreto, parecen creer que Peter Parker es un monigote ridículo y patoso, un mero Buster Keaton con mallas y con un par de frases edulcoradas en su repertorio para sus interacciones con Gwen Stacy, personaje con el que Emma Stone hace lo que puede para estar a la altura de las expectativas de los aficionados.
Pero así no se construye un personaje como Peter Parker, pues Andrew Garfield apenas tiene tiempo durante el abultado metraje para profundizar en los recovecos más dramáticos del personaje, pues apenas se exploran en subtramas que no van hacia ninguna parte.
La película no funciona, no emociona, no atrapa ni interesa. Marcha a trompicones entre escenas absurdas y secundarios desaprovechados (Ese J.J. Jameson relegado a una respuesta por Gmail, esa Tía May con frases que parecen abochornar a la propia Sally Field, esa Felicia ¿Hardy?, ejerciendo de mero florero...), villanos sin sustancia ni fondo (apenan ese Jaime Foxx tan poco temible, y ese Dane DeHann tan poco contenido), hasta un anticlimático desenlace que ni siquiera se las apaña, aun utilizando el material que utiliza, para emocionar al espectador.
Una vez más, insisto, encontrar el tono adecuado entre humor y épica es lo que decide si una adaptación de personajes de cómic funciona o no. Y la franquicia de Spiderman decididamente no funciona, pero se vende como pan caliente, habrá que esperar a que llegue el día en que MARVEL STUDIOS adquiera los derechos del personaje que seguramente terminará en una romántica trilogía una vez que en la tercera entrega aparezca Mary Jane, una vez cumplido esto, todo se disolverá o el Universo de Spider-Man crecerá.
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